Desempeño y Transformación en Banca: Cómo superar errores comunes

Por: Jorge Chávez Álvarez CEO de MAXIMIXE
31/03/2025
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En el mapa de la transformación digital, la evaluación de desempeño no es una bitácora más: es la brújula que orienta a la organización en medio de la tormenta. Lejos de ser un ejercicio de control burocrático, premio o castigo, se convierte en el punto de encuentro entre el propósito institucional y las decisiones cotidianas de los equipos, que mide el sentido e intensidad del cambio, así como el alineamiento entre comportamientos, decisiones y aprendizajes, con una visión digital compartida.

La Nueva Competencia Bancaria: Plataformas versus Bancos

La disrupción ya no viene solo de las fintech. La competencia se traslada al terreno de las plataformas inteligentes, capaces de integrar servicios financieros, datos y experiencias en tiempo real. Hoy mismo, las fintechs han dejado de ser meros satélites orbitando el sistema bancario, para convertirse en meteoritos que lo impactan con innovaciones disruptivas centradas en la satisfacción de las exigentes demandas del nuevo ‘homo economicus’: el cliente digital hiperconectado, que exige servicios 24/7, decisiones en tiempo real y experiencias plenas, sin fricción.

La banca del futuro será digital en su arquitectura para integrar datos en tiempo real, pero profundamente humana en brindar servicios personalizados que satisfagan las necesidades de sus usuarios, sin fricciones. La Inteligencia Artificial tendrá un impacto transversal, desde la hiperpersonalización de servicios basada en análisis predictivo, hasta la automatización inteligente de procesos que hoy consumen muchas horas humanas en tareas repetitivas. Pero su verdadero poder reside en su capacidad de aprender y anticipar, permitiendo no sólo responder sino comprender en tiempo real.

Esto marcará un antes y un después en la experiencia del cliente, la gestión del riesgo y la eficiencia operativa. Sin embargo, su adopción no es solo tecnológica, sino ética y estratégica. La banca del futuro deberá aprender a gobernar algoritmos con transparencia, explicabilidad y propósito, para que el poder de la IA no erosione la confianza, sino la potencie.

Ganará quien sepa anticipar necesidades y construir vínculos de confianza aprovechando al máximo esta revolución tecnológica. Más que digitalizar lo existente, el gran desafío es reinventar lo posible, lo que antes era inimaginable.

La banca del futuro será, ante todo, una experiencia de usuario, fluida, contextual y anticipatoria, incrustada en la vida cotidiana del cliente. Lo que supone una organización centrada en el cliente a partir de la inteligencia del dato, la innovación abierta trasversal, un liderazgo transformacional y sistemas de incentivos centrados en el cumplimiento del propósito y los valores de la organización.

El Espejismo de la Transformación sin Cambio de Cultura

Si, en un entorno de vértigo tecnológico y competitivo, la transformación digital es una necesidad sentida autoimpuesta por la organización, en cambio la resistencia al cambio está en la naturaleza de las cosas; sobre todo de la gente. El cambio de cultura no puede ni debe imponerse. Es un proceso de aprendizaje en equipo y de adopción de valores enraizados en el propósito de la empresa. Es un desafío parecido a hallar la cuadratura del círculo si no es asumido a través de una evaluación de desempeño disruptiva. Porque la transformación inalcanzada es directamente proporcional al cambio cultural ínfimo presuntuoso y al uso del tradicional termómetro de desempeño como mecanismo vertical de control, premio y castigo centrado en el cumplimiento de metas arbitrarias, cortoplacistas, inalcanzables y, encima, inconexas con el cambio requerido.

Muchas entidades han caído en la trampa del ‘teatro digital’: lanzan nuevos aplicativos, rediseñan oficinas, implementan metodologías como Agile o Design Thinking. Pero sin un cambio cultural genuino imbuido de liderazgo evangelizante, estos esfuerzos se diluyen. Como advierte Kotter (2012), “la cultura se come a la estrategia en el desayuno”. Sin liderazgo transformacional, lo nuevo no germina; sin narrativa compartida, el cambio se percibe como una imposición externa y la evaluación de desempeño como un rito impostado de cierre de año.

Cuando lo Digital se Divorcia de la Estrategia

Peor aún si el plan de transformación digital se elabora y gestiona por fuera del plan estratégico de la empresa, como pudiera delegarse en “alguien” rompiéndose el vínculo con el más alto nivel de la empresa, fragmentándose en proyectos aislados, sin una hoja de ruta estratégica común gestionada por equipos polivalentes bajo un liderazgo evangelizador. El resultado: inversiones sin impacto, métricas sin propósito, tecnología sin alma. Como muestra McKinsey (2020), solo las transformaciones guiadas por una visión estratégica clara logran sostener sus resultados en el tiempo.

Según el reporte del Boston Consulting Group (2021), cerca del 70% de las instituciones financieras del mundo aún no logra construir una visión única, consolidada y accionable del cliente. Su información crítica se mantiene dispersa, duplicada o simplemente inaccesible en tiempo real. Esta miopía limita su capacidad de personalizar servicios anticipándose a necesidades y a gestionar riesgos inminentes con precisión quirúrgica.

Evaluación de Desempeño: De la Métrica al Sentido

Un sistema de evaluación de desempeño bien diseñado e el motor de la transformación de la empresa. Para ello debe medir no sólo resultados sino también comportamientos que impulsen la transformación, la colaboración interáreas, la innovación, la orientación al cliente y el sinceramiento de errores a tiempo, como ejercicio de aprendizaje continuo.  

Se trata de medir lo que queremos multiplicar, no lo que queremos sancionar o premiar.  Por ello, una organización empeñada en transformarse gesta un cambio radical en la forma en que se distribuye el poder, se toma decisiones y se reconocen los logros.

La evaluación de desempeño es clave para ello y debe estar inspirada en criterios SMART (Doran, 1981); vale decir, por indicadores orientados a captar no sólo lo que se logra, sino cómo se logra. Cada indicador y su correspondiente meta deben ser Específicos (describir con precisión qué se va a medir y qué resultado se espera, sin ambigüedades), Medibles (expresados en unidades cuantitativas sujetas a medios de verificación confiables), Alcanzables (estar dadas las condiciones para poder realizarlos), Relevantes (tener impacto estratégico y generar valor medible) y Temporales (con progreso monitoreable en el tiempo).

Debe ser un sistema justo y transparente, con criterios conocidos, trazables y comprendidos por todos con antelación, con ciclos breves de autoevaluación y feedback (mensuales) y ejercicios trimestrales o semestrales de evaluación de 360 grados. Debe reconocer a quienes crean contextos para que otros brillen, no solo a quienes destacan entre los subordinados, sino a quienes más aportan a romper las barreras entre áreas, así como a la crítica constructiva hacia arriba, hacia abajo y hacia los costados.

Se debe privilegiar la ponderación de los resultados de la empresa y los valores que sustentan su propósito, antes que el desempeño individual. La evaluación de competencias no sirve a estos fines, sino al cierre de brechas a través de capacitación y entrenamiento, o a decisiones de reubicación en el organigrama.

La evaluación de 360° es fundamental para captar el valor desde distintos ángulos: pares, líderes, clientes, equipos. Complementada con la autoevaluación —ese espejo que afina la conciencia—se convierte en una conversación estratégica horizontal. Pero es el líder quien articula esta polifonía en una narrativa coherente que conecta desempeño con propósito (Senge, 1990).

El CEO Evangelizador

Aquí emerge el líder transformacional: no un gerente tradicional ni un gurú digital, sino un arquitecto del cambio cuyo aporte fundamental es crear una narrativa inspiradora. Este CEO evangelizador —como lo conceptualiza Bass y Avolio (1994)— es capaz de habitar simultáneamente la visión de largo plazo y el pulso diario del negocio, así como predicar con el ejemplo, escuchar a los equipos, desafiar lo obsoleto y convocar a una visión compartida.

Ni siquiera el mejor liderazgo sobrevive sin respaldo institucional. Para que la transformación digital no sea una constelación de buenas intenciones, el CEO evangelizador construye una alianza sólida con su directorio. Juntos convierten la visión digital en política estratégica: cada inversión respondiendo a una clara propuesta de valor; cada hito, a una narrativa compartida. Como sostiene BCG (2021), esta simbiosis es lo que transforma la visión en acción sostenida.

En última instancia, la transformación digital no es un proyecto tecnológico. Es un nuevo contrato social entre la organización, sus equipos y sus clientes. Y la evaluación de desempeño es la gramática con la que ese contrato se escribe, se conversa y se renueva. Porque lo que se mide, transforma. Y lo que transforma, trasciende.

Los bancos que logran convertir sus métricas en mecanismos de sentido son los que construyan no solo ventajas competitivas, sino confianza sostenible en un mundo donde la disrupción es la nueva normalidad.

Referencias Bibliográficas

  1. Amabile, T. & Kramer, S. (2011). The Progress Principle. Harvard Business Review Press.
  2. Bass, B. & Avolio, B. (1994). Improving Organizational Effectiveness through Transformational Leadership. SAGE.
  3. BCG (2021). Global Retail Banking Report.
  4. Doran, G. (1981). There’s a SMART way to write goals. Management Review.
  5. Kotter, J. (2012). Leading Change. Harvard Business Press.
  6. McKinsey (2020). The case for digital reinvention.
  7. Senge, P. (1990). The Fifth Discipline. Doubleday.